PROGRAMA CONCIERTO SINFÓNICO - CORAL.

PROGRAMA

1. Jerusalem (Charles. H. Parry, 1848-1918)
2. Cantique de Jean Racine (G. Fauré, 1845-1924)
3. Stabat Mater in g (F. Schubert, 1797-1828)
4. La siete últimas palabras de Cristo en la cruz (C. Franck, 1822-1890)

Comentarios al PROGRAMA
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1. Jerusalem.
(música: Ch. H. Parry; texto español adaptado QCC).
William Blake (1757-1828), el poeta, pintor, grabador y místico autor del texto original inglés de esta obra, está considerado hoy como un «artista total» y sin duda «el mayor artista que Gran Bretaña ha producido» (Blake’s Heaven, Gardian Unlimited). Sin embargo, no es su Jerusalén –«construida en la verde y placentera Inglaterra»– la que merecería abrir este programa centrado en la Semana Santa, sino la antigua ciudad jebusea del centro de Palestina, que, conquistada por David y embellecida por Salomón, se convierte en imagen del Reino de Dios (La nueva Jerusalén) y que, a pesar de su significado («ciudad de la paz») es causa perenne de destrucción y muerte y por tanto, pórtico de la Semana Santa:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí que vuestra casa os es dejada desierta. (Mateo 23:37-39)
El coro canta al unísono la letra, como un pueblo unido; la brillante orquestación es obra de Edward Elgar.
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2. Cantique de Jean Racine.
Op. 11 (Gabriel Fauré).
Fauré compuso esta pieza para coro SATB y cuarteto de cuerda y Arpa en 1864 a la edad de 19 años. Con ella ganaría el premio de composición convocado aquel año por el Conservatorio de París.
El texto, original de Jean Racine (1639-1699), es de hecho una paráfrasis del himno medieval latino Consors paterni luminis, atribuido a S. Ambrosio, que se cantaba al principio de los Maitines de la tercera feria (es decir, del martes):
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Verbe égal au Très-Haut, notre unique espérance,
Jour éternel de la terre et des cieux,
De la paisible nuit nous rompons le silence :
Divin sauveur, jette sur nous les yeux.
Répands sur nous le feu de ta grâce puissante ;
Que tout l'enfer fuie au son de ta voix ;
Dissipe ce sommeil d'une âme languissante
Qui la conduit à l'oubli de tes lois!
Ô Christ ! sois favorable à ce peuple fidèle,
Pour te bénir maintenant assemblé ;
Reçois les chants qu'il offre à ta gloire immortelle,
Et de tes dons qu'il retourne comblé.

Dicha paráfrasis deja traslucir el rigorismo jansenista de Racine, que no menciona explícitamente la paternidad divina (contra dos veces el texto latino); allí donde éste exhorta al creyente a despertarse de noche para rezar y alejar la pesadez de un sueño que puede conducirle a la indiferencia, Racine ve el peso del pecado; y si la luz baña la primera estrofa latina –eco del lumen de lumine– del Credo, el texto francés sólo evoca la luz eterna –jour eternel–; diferencias que dejan sentir en el autor del siglo XVII una salvación menos próxima y un Dios más lejano que en texto latino medieval.
La música es, sin embargo, solemne y está dotada de un movimiento capaz de trasmitir la más profunda religiosidad de un pueblo que, a la par que el coro, se va incorporando voz a voz hasta llegar a un culmen de expresividad sonora, para descender paulatinamente a un silencio respetuoso y profundo. Se integra en nuestro programa porque de algún modo esta obra representa al pueblo llano y fiel en esta festividad pascual.
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3. Stabat Mater.
In g, D 175 (Franz Schubert).
Si Fauré compuso su Cantique a los 19 años, Schubert compuso este Stabat Mater latino en sol menor a los 18. Versosímilmente a principios de abril de 1815, con la idea de que, según una ordenanza de Benedicto XIII, se cantara el 15 de septiembre, fiesta de los «Siete dolores de la Virgen María». La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II relegó casi al olvido esta secuencia, atribuida unas veces a Jacopone da Todi (†1306) y otras a S. Buenaventura (†1224). De las veinte estrofas de que consta, Schubert nada más pone música a las dos primeras, a las que, una vez repetidas, añade una coda conclusiva. Sin olvidar la agitación psicológica que transmiten las constantes síncopas y los acordes de septima disminuida, el sentimiento de dolor y angustia de la Virgen lo traduce musicalmente Schubert por medio sobre todo de una tonalidad menor y un ritmo trocaico (h q) que, símbolo habitual del reposo y la muerte, repite machaconamente el coro.
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4. La siete últimas palabras de Cristo en la cruz.
(César Franck).
Esta obra para solistas, coro y orquesta constituye por sí misma el objeto principal de este programa por dos razones principales: primera, por su perfección musical y segunda por ser estreno absoluto en Málaga y muy probablemente en España. Esta obra, fechada por el mismo Franck el 14 de agosto de 1859 no se llegó a interpretar en vida del autor. Su primera ejecución pública tuvo lugar el 6 de marzo de 1977 en Alemania, en la iglesia de S. Martín de Geislingen an der Steige (Baden-Württemberg) bajo la dirección de Armin Landgraf, quien en los comentarios a su edición de la partitura añade que «con ella Franck inicia el camino de una espiritualidad religiosa profundamente sentida e íntimamente vivida». Los problemas derivados de traducir musicalmente las escuetas palabras de Cristo, los resuelve Franck añadiendo comentarios tomados de la propia biblia y la liturgia (Improperios del Viernes Santo; Stabat mater).
Las siete últimas paralabras de Cristo en la Cruz, precedidas de un prólogo, estructuran musicalmente los ocho movimientos, cuyo aire lento se ve interrumpido sólo dos veces: una en la primera palabra («Cum sceleratis reputatus est») y otra en la quinta, recogiendo magistralmente la mofa de la soldadesca («Si tu es rex judeorum, salvum te fac»).